Le supo a poco la contestación que le dio Josua a la Yoli; cuando en un arrebato este le dio en la frente, con la botella medio llena de orina, que había rellenado detrás de un matojo del parque mientras hacían sus necesidades. Estaban en un estado de embriaguez atroz. No se sostenían en pie y no paraban de discutir por aquel anillo, que minutos antes le habían robado al Pijo Limonero de ojos verdes, cuerpo estirado, con pantalón ceñido a cuadros y un poco afeminado.
Seguían discutiendo, mientras la Yoli, notó en falta en su mano, el anillo del Pijo. Se le cayó al suelo, pero ¿donde está? se preguntaba. Giro mirando en la oscuridad al suelo de su alrededor; se agacho y tanteo con la palma de la mano, rosando la tierra y la gravilla del piso. No lo encontró. A voces decía que lo había perdido.
El Josua sin soltar la botella, maldijo al mismo demonio, - no puede ser eres una torpe- mientras le daba patadas, a todo lo que se encontraba a su paso. Era observado por Enrique, un vecino de la zona, que paseaba a su perrita Nala. Se dirigió a él reprochandole que estaba asustando a su perrita con tantos aspavientos y las continuas patadas que daba al suelo. El can era muy sensible e iba tosiendo como si se hubiera atragantado de la polvareda de tierra que había levantado. El Yosua no hizo ni caso, miró al tatuaje que tenía Enrique en el hombro y siguió a lo suyo. Entonces Enrique se apartó y decidió, seguir por otro lado del parque y no enzarzarse con semejante tarugo.
La cara de la Yoli era un poema, con su lengua relamía la sangre espesa, que le caia letamente por la cara, junto con un moco verde que le colgaba de la nariz. Harta del atarugamiento del Josua, buscó en el suelo un peñasco, que tambaleándose y tanteando en la oscuridad, cogió y se lo tiró a éste a la cara, aprovechando que en ese momento se recuperaba de una arcada, que le había dado al pegar un buche de la botella que llevaba en la mano y que resulto ser la del orín, que todavía no se había desecho de ella. Enrique los observaba estupefacto desde lejos, mientras se retiraba hacia su casa.
Al Josua, le llego un sabor a mierda insoportable, al recibir el impacto desparramado del peñasco que le tiro la Yolí. No sintió dolor alguno ya que aquello resulto ser como una especie de merengue que al golpear en su jeta, se desparramo. Salió detrás de ella, con la cara sucia, como si huyera del diablo, pegando bramidos y alaridos, por el asco que sentía. desapareciendo ambos calle abajo.
Enrique, al llegar a la casa, observo, como su perra, se pegaba a la pared tosiendo y pegando hipidos. Se preguntaba, que le pasa a Nala. Nunca la había visto así. La perrita que respiraba con dificultad, se encogió juntando las piernas delanteras con las traseras. Cerro los ojos y pegando un quejido, soltó una moñiga como una bola de golf.
Dios mio - exclamo - ¿pero que has comido? hija mía. Se sentía mal y aturdido, era muy cuidadoso con su alimentación. La perrita bebió agua de su platillo, estaba exhausta, miro a su dueño con las orejas tiesas, se dirigió a la bola, acercó su hocico, y emitió un par de ladridos, girando varias veces sobre ella, se sentó sin dejar de observar a su dueño y a aquella extraña bola, todavía humeante de color marrón.
Enrique apesadumbrado por aquella situación y sin comprender nada de lo que pasaba, le pidió a su mujer que le acercara un cuchillo y tenedor, seccionó la moñiga con cuidado en dos, en uno de sus extremos, observó un aro brillante que resultó ser una alianza de oro. La perrita pego un ladrido de aprobación y meneando su pequeño culito, se sentó contenta sobre el pie de su amo.
Cogió la alianza, miró con complicidad a su mujer, acarició la pequeña cabecilla de Nala, y mirandose el tatuaje de la cara de su perrita en el hombro izquierdo, le dijo, desde ahora serás nuestra perrita de oro.